China comenzó a desplegar su influencia planetaria por la vía del financiamiento estratégico en áreas de infraestructura de transporte y energía. Obviamente que esta política exterior es funcional a sus intereses geopolíticos; pero metodológicamente dista mucho de lo que nos tenían acostumbrados a padecer los imperios europeos decimonónicos y sus versiones decadentes del s. XX. El paciente acopio de recursos económicos y financieros que vino realizando en las últimas décadas el gigante de Asia ha comenzado su encauzamiento en una política global que está cambiando los esquemas de poder en el mundo.
Por citar solo dos ejemplos de ese cambio de esquema, podemos apreciar la construcción del Bloque BRICS y su Banco de Desarrollo; y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura.
El Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, tras dos años de negociaciones entre los cinco miembros (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) fue finalmente lanzado al mundo en la cumbre del grupo, realizada en julio de 2014 en Fortaleza (Brasil). Cristina Fernández de Kirchner estuvo presente en aquella cumbre, lo que significó una señal clara acerca de la voluntad de ampliación no solo del BRICS, sino de su oferta de divisas para el desarrollo de las economías de la región. El impacto positivo lo definió Kevin Gallagher, de la Universidad de Boston, cuando sostuvo que en ese momento ya se podía empezar a hablar del “Consenso de Río” como “un modelo para la gobernanza económica global del siglo XXI”, ante el evidente fracaso del Consenso de Washington.
Los desafíos chinos a la hegemonía estadounidense en el año que pasó continuaron: tres meses después, en octubre, China lanzó el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII), entidad que nació con el claro propósito de abrir el juego en un coto exclusivo de los organismos multilaterales de crédito como el Banco Mundial, que fungen como herramientas de imposición de políticas que sintonizan con la Casa Blanca. El antecedente en aquella región, el Banco de Desarrollo Asiático (BDA), con sede en Manila, está como sus homólogos occidentales, copado por las influencias tanto de Japón como de su aliado Estados Unidos.
En 2013, mientras se planificaba la creación del BAII, Beijing cursó invitaciones a varios estados europeos que declinaron su participación merced al fuerte lobby ejercido por Washington. Sin embargo pasaron apenas cinco meses y desde Londres se decidió hace unos días la incorporación del Reino Unido al BAII, tras lo cual fue seguido por Alemania, Francia e Italia. Europa no podía quedar afuera de una iniciativa que ya cuenta con 25 países en su conformación.
En resumen, en un mundo sobreendeudado, salvo Estados Unidos y algunos de sus epígonos, nadie quiere perder la nueva ola de crecimiento global. La Argentina en su conjunto, sabiendo cómo es el panorama completo, tampoco. Pero…
Hay un peligro amarillo, sí. Pero… ¿cuál?
Está claro que los acuerdos con China, que hace unas semanas fueron aprobados por el Congreso, son otro objetivo a derribar en esta guerra de trincheras que mantiene el Gobierno con las oposiciones mediática, judicial y política. En ese contexto es que aparte de la impotencia con que se objetaron en el parlamento, los acuerdos sufrieron sistemáticos ataques en los medios y llegaron hasta judicializar algunas batallas.
Hace ya tiempo, en una entrevista con Felipe Pigna, Raúl Alfonsín recordaba que sobre el final de su mandato y con las encuestas favorables a Menem, Domingo Felipe Cavallo contactó a los bancos internacionales «para que se nos exigiera el pago de la deuda, conspirando contra el país; y luego Guido Di Tella había dicho que el dólar no tenía que estar alto, sino recontra alto». Eso precipitó una crisis que afectó la gobernabilidad del último tramo del alfonsinismo, obligando a la entrega del poder. Algo que por otra parte, los grupos que apoyaban a Menem exigían aunque luego sobreactuaran el lamento de que les «habían tirado el gobierno por la cabeza»; recurso retórico que sirvió por mucho tiempo para justificar el plan de ajuste estructural para la ejecución del mayor despojo y debilitamiento del Estado que se recuerde en la historia argentina.
El recuerdo de aquella maniobra de Cavallo para perjudicar al gobierno de Alfonsín (sin mediar escrúpulos por la previsible pauperización inmediata que iba a causar en la población), viene a cuento de la jugada que reeditó Macri: a la sistemática alineación con los organismos multilaterales de crédito y los fondos buitre, sumó el envío de dos mensajeros, Federico Pinedo y su asesor de política exterior, Fulvio Pompeo; a entregar en mano una carta al embajador chino. La misiva contenía una no tan velada amenaza de desconocer los acuerdos firmados en julio de 2014 y recientemente aprobados por el Congreso con el país asiático. «Consideramos que las actuales conductas del gobierno argentino podrían ser violatorias de la Constitución y contrarias al más elemental principio de transparencia de la cosa pública», dicen que dice la misiva (que supuestamente formaba parte de una gestión reservada que se dejó filtrar). Es de imaginar la sorpresa del embajador chino, que había visto cómo unos meses antes Macri celebraba los acuerdos con su país entregando las llaves de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires al presidente Xi Jinping, regalándole además una camiseta de Boca con su nombre y declarando que los acuerdos que el chino había firmado con Cristina Fernández eran «un paso más en la construcción de una relación estratégica a largo plazo entre ambos países».
Dos semanas después de esa jugada de diplomacia paralela y contradictoria del PRO, el candidato crónico y denunciante impenitente contra el gobierno, Ricardo Mussa, logró que fuese aceptado por la jueza María José Sarmiento un pedido de amparo referido a estos acuerdos.
El Partido Judicial, el Partido Mediático y el partido de la restauración de los 90 también están unidos y organizados.